Es difícil aceptar el desorden que algún día controló mi mente. Llegó un momento en que mi música bajó, mi arte se volvió monótono y gris, prácticamente desapareció. Entonces escribí. Escribí para no morirme.

Entre tantas luces diminutas, entendí que no estaba huyendo del dolor, sino tratando de traducirlo. El papel no respondió, pero sí sostuvo. Cosas empezaban a volver, no sé si era vida o simplemente yo. En ese momento me convertí en un artista. No estaba justificando el dolor, sino diseccionándolo, como un doctor abriendo un cuerpo sin miedo a lo que pudiera encontrar. Al abrir ese cuerpo, descubrí tres pulsos latiendo dentro: el amor, el dolor y la muerte.

La vida tiene varias cosas mágicas: los atardeceres, el mar, el cielo, la música y algunas personas. Entendí que, a veces, no queremos sanar porque el dolor es el último vínculo con aquello que perdimos. Mi miedo al amor se convirtió en ideas de muerte. Pero aquí me corrijo: ¿le tenía miedo al amor o a un viejo dolor? La muerte ocupó toda mi cabeza.

“Un día ya no estaremos aquí. A pesar de los días, las preocupaciones o la otra gente que tratamos de impresionar.”

Y entendí que eso no era deprimente. Era liberador. Entonces entendí que era ahora: tomé el riesgo, abrí la boca, dejé salir lo que quemaba la lengua y dejé que lo que había nacido dentro de mí encontrara su forma. Porque el verdadero fracaso sería mentirme, tres metros bajo el suelo, intentando consolarme, rodeado de fantasmas susurrándome los intentos que nunca tomé.

Y me pregunté: ¿Entonces qué pasa cuando el amor y la muerte se abrazan? ¿Muere el amor? ¿O se enamora la muerte? Tal vez la muerte moriría enamorada y el amor amaría hasta la muerte.

Y después de darle tantas vueltas al amor y a la muerte, todo se resumía en una frase: “Si no juegas con fuego, te morirás de frío”. Jamás salió de mi cabeza. Se clavó como una aguja. Al final, acostumbrarse es otra forma de morir. Me di cuenta de que amaba las tormentas eléctricas porque demuestran que incluso el cielo pierde la cabeza a veces.

Y si este arte me sostiene, es porque aún sigo vivo dentro de él. Porque todo ama, todo arde y todo muere. Porque estoy aprendiendo a no morirme. Porque no existe destino sin riesgo, ni belleza sin caos, ni vida sin muerte. Dicen que el arte es todo aquello que, de alguna manera, nos devuelve la vida.

Por eso este es mi arte.